Cementerio de Palma de Mallorca
El cementerio de Palma fue inaugurado el 24 de marzo de 1821, y ha sufrido grandes modificaciones desde ese momento. Los primeros entierros de los que hay constancia fueron en el año 1826, en lo que es la pared de la circunferencia, en el sector segundo. Los entierros de aquel tiempo se hacían en hileras, una tumba al lado del otro, con agrupaciones llamadas cuadros y jardines de los cuadros.
Después, con los años, y siguiendo la influencia de los cementerios de Barcelona y Francia, devengó en el modernismo presente en los cuadros V y VII, hasta que se hizo la ampliación de 1892, la cual se llamó cementerio «nuevo», que había diseñado el arquitecto Tomeu Ferrà.
Más tarde el rediseño del arquitecto, Gaspar Bennazar, dando el carácter de jardín de paseo que tiene el sector primero del cementerio de Palma, equiparable al mejor urbanismo modernista de los principios del siglo veinte. Es una obra en la que se define un gran paseo, con vías anchas, y que deja de lado los entierros acumulados y masivos que se celebraron en todo el sector segundo, el más antiguo. Esta ampliación terminó en 1938, llegando a la puerta principal que ahora conocemos.
El Cementerio de Palma es un libro de historia inagotable.
El Cementerio Municipal de Palma representa un triple museo. En primer lugar, una gran exposición de arte al aire libre. El patrimonio escultural que podemos encontrar en cada paso resulta excepcional si lo miramos como una obra artistica. En ninguna parte encontraremos, por ejemplo, tantos ángeles, con una finura simbólica tan elevada. Ángeles a veces tristes, a veces solemnes, otros desafiantes o protectores; pero siempre espectaculares, ingrávidos con una extraña realidad sentimental.
Esta es la segunda realidad museística del cementerio, constituye también una exposición de emociones. Aquí están la ausencia, el dolor, la tristeza, la desesperación pero igualmente la esperanza, la serenidad y el amor. El paisaje de un cementerio constituye un jardín de emotividad profunda. Nos aporta un conocimiento anímico difícil de encontrar en otras latitudes. Nos despierta la sensación de formar parte de la cadena de las generaciones. Esta percepción tan «primitiva» de los «ancestros», de la sucesión de personas a lo largo del tiempo como una colectividad de la cual formamos parte, no es fácil de encontrarla en la vida cotidiana. En cambio, en el cementerio resulta una conclusión inmediata, directa, que te hace reflexionar. Antes que nosotros, otros ciudadanos pisaron las mismas calles, vivieron en nuestras casas.
Aquí encontramos la tercera característica. El cementerio es un gran museo de historia. Al principio, todas las tumbas parecen iguales pero cuando empiezas a “escuchar” su voz, cuando reconstruyes el avatar de muchas de las personas que ahora son solo un nombre, una foto o una fecha sobre una lápida, sacas una impresión muy sentida de la vida en otros tiempos.
Gracias al Cementerio de Palma podemos acercarnos a existencias en ocasiones anónimas, en ocasiones muy famosas, de personas que habitaron Palma desde principios del siglo XIX hasta nuestros días. Su peripecia vital nos informa de muchas cosas: como era la gente, como vivía, la forma de escribir los epitafios, las decoraciones, los arquetipos humanos de las fotografías de principios del siglo XX, los oficios…